sábado, 23 de marzo de 2013

La Cruzada de Alfabetización
Un ritual de iniciación a la vida

Este blog ha venido a provocarme algunas reflexiones personales y anoche en esa fase de duermevela, comencé a recordar cómo fueron aquellos días de la cruzada; para todos fue salir del mundo de la casa, el barrio, los centros de estudios, fue salir de lo que hasta entonces conocíamos como el territorio y pasamos de un día a otro a un escenario diferente.

El brigadista Rolando Silva, nos dice: Soy de esa generación que con amor hacia los demás, dejé todo, mis estudios, amigos, familia y la vida que llevaba... formé parte de la Brigada Roja y Negra de la alfabetización.

Una vez en el campo, se sucedieron una serie de pruebas, como quien entra en un ritual de iniciación. La primera prueba fue encontrarnos con ese mundo de los otros... que se diferenciaban de nosotros por no saber leer. Ellos serían la más grande prueba y la prueba final. ¿Con nuestro apoyo, aprenderían a leer y a escribir?

Las pruebas que siguieron no eran diferentes a los rituales de iniciación de los jóvenes en las culturas tribales, había que superarlas, esta serie de pruebas nos prepararía para llevar en el futuro una vida en una nación con menos desigualdades, menos contrastes y más solidaridad, nos distanciaría de la cultura de ¡¡¡sálvese quien pueda!!!

Cada aspecto cotidiano realmente era una prueba a superar:
- La levantada al alba, era un asunto desconocido hasta entonces, el temprano en el campo es antes de empezar lo que conocíamos hasta entonces en la cuidad como el día.

-El baño, nada tenía que ver con los baños de nuestras casas, por muy modestos que fueran, ya que muchas veces para darse un baño había que hacer un viaje al río, al ojo de agua, un barril con agua bajo un árbol de limón, nada de paredes aislándonos, siempre expuestos a los otros, al clima...a lo desconocido...

-El uso de la letrina, que era un milagro si había... si no, allá en el monte... eso requería habilidades hasta ahora desconocidas, como llevar un palo por si te seguía alguno que otro chancho.

-Las largas caminatas, otra prueba a superar, aunque esta práctica ofrecía un elemento nuevo, la contemplación de la naturaleza, ahí comprendí qué era contemplar, cuando uno ve, no puedes pensar, el mirar lo es todo, el pinar, la lejanía, el cielo. En algunos caminos de San Nicolás se veía el lago de Managua, o el volcán Cerro Negro.

- El trabajo, la prueba más pesada... a los brigadistas varones, les tocó desde ir a socolar, sembrar, arar, aporrear frijoles, desgranar maíz, cuidar la vaca, hasta ayudar a hacer ladrillos, reparar camino...

Allá cada quien se enfrentó solo a cada uno de sus miedos, sin olvidar el miedo de la guerra que ya se cernía y los rumores de las acciones armadas esporádicas que se le atribuía a los Milpas, o de los rumores de que aún había guardias deambulando en la montaña. El miedo a encontrar una granada enterrada en el campo, miedo real que estando allá causó la muerte a dos niños. Miedo de ser mordido por un animal o por una culebra...

Cada prueba hacía pasar por decirlo de forma metafórica a una nueva cámara, y así progresar durante estos meses, yendo de una habitación a otra habitación para crecer interiormente. Realmente allá no había otra alternativa más que pasar las pruebas y crecer. Así crecimos.

Además de las pruebas habían otros ingredientes propios de los rituales de iniciación, los círculos de estudio, el alimento ideológico del brigadista, para muchos eran las primeras lecciones que preparaban para una ideología revolucionaria, que marcara el camino que íbamos a andar en la vida futura.
30 años después el brigadista Rolando Silva dice: había mística, compromiso, amor por el prójimo, esa es la estructura que agradezco a la revolución que me formó.

Sobre los valores, en la alfabetización no existía el culto a los vivos, como ahora, ni se estimulaba a los jóvenes a seguir a un líder, era el rescate de la mística de los héroes y mártires lo que nos guiaba, la idea que ellos habían dado su vida sin esperar nada... ellos que habían pagado con su sangre el precio de la libertad que teníamos... ellos que nos habían dado la posibilidad de caminar hacia una vida con justicia social.

Así, guiados por estas enseñanzas de generosidad y compromiso de los héroes y mártires tratamos de construir nuestra propia mística.

A raíz de la publicación de este blog, se dio un diálogo cruzado en la publicación de Barricada digital, sobre si los valores que forjamos durante la Cruzada, habían quedado enterrados en la montaña, a lo que el brigadista Xavier Lara, quien en aquella época tan sólo contaba con 13 años, lo explica así: Yo pienso que los valores no se entierran ya que son los principios de nuestro actuar y pensar y en realidad la Cruzada nos preparó para los retos venideros. El cita tres principios: solidaridad, fraternidad, humildad.

Había elementos que nos ayudaban a tener un sentimiento de pertenencia, el uniforme. Pasamos seis meses con el pantalón azul y la cotona gris que además de uniformarnos, nos daba una idea de renuncia de las pocas posesiones que teníamos, yo fui consciente de ello el día que recibí la visita de un hermano religioso que venia de Venezuela a realizar una entrevista, era de la orden de Foucauld y me preguntó qué sentía por estar vestida con la cotona gris y el pantalón azul, donde de no se distinguía un brigadista de otro.

Hasta ese día me percaté de ese detalle, para mí era un orgullo pertenecer a ese grupo de muchachas y muchachos alfabetizadores, había un sentido de pertenecer a algo más grande que nosotros, sentíamos que aquella jornada cambiaría la vida de muchas personas, con la luz del conocimiento.

En ese momento lo que no sabía es cuánto de esa luz alumbraría mi vida a lo largo de los años, ni que el recorrido que hicimos en aquellos seis meses que duró la Cruzada, era nuestro ritual de iniciación a la vida.
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