lunes, 18 de julio de 2011

El abuelo Pablo Torres


Escrito por Pedro Meza
Conocí al abuelo Pablo Torres, de la comunidad La Sirena en San Nicolás de Oriente, un día que fui en busca de un sitio para quedarme a dormir para cuando callera la noche y no pudiera regresar a comarca Las Tablas mi segundo hogar en la zona con Nemesio y Gabriela, dos personas muy queridas.
El abuelo Pablo Torres vivía con la abuela y un nieto llamado Germán, un muchacho de 15 años bastante curioso, muy amable, inquieto y educado.
La finquita era como esas que promovemos ahora como “fincas de referencia”, había de todo, espacios bien organizados y frutas que pocas familias podían consumir, mis abuelos eran muy trabajadores, familia honesta de buenos sentimientos y sobre todo agradecidos de Dios y respetuosos de la naturaleza.
Yo era estudiante de derecho, soñador, educado a la antigua, me refiero al respeto por las personas mayores, mostrar agradecimiento y hasta ganarse el bocado como me decía mi madre en aquella época. Por las noches les leía la Biblia con todos los puntos y comas además de la entonación requerida, eso era maravilloso para mis abuelos que junto a la hornilla blanquita y caliente servían un pocillo de café.
Terminado el texto nos íbamos a dormir a veces eran las 7 de la noche, si había caminado mucho caía rendido, exhausto, pero si no me había cansado durante el día, junto a los otros brigadistas y Germán armábamos una platicadera, poníamos música, contábamos chistes hasta que el abuelo tenía que mandar a callar, porque teníamos que levantarnos temprano.
Había un baño enorme de adobe dentro de la casa, con agua que llegaba de una loma, helada la condenada, esos días fueron muy buenos cargados de experiencias que transformaron mi vida y de manera especial mi relación con otras personas.
Hoy trabajo en Chinandega norte con hombres y mujeres similares a mis abuelos de La Sirena, las Tablas y Salmerón a quienes recuerdo todos los días. En 1981 viajé a estudiar a Cuba, estando allá mi abuelo Pablo, llegó a visitar a mi familia a Chinandega, así viajecito, yo me puse contento cuando me lo dijeron en una carta, les llegó a decir a mis padres el buen hijo que tenían y lo felices que los había hecho, me contaron que después también llegó Germán y que se relacionó con toda mi familia.
Nunca más supe de ellos porque no volví a pesar de mi regreso cinco años después y de haberlo prometido, siempre dije que estaba ocupado, que no tenía tiempo y ahora que soy abuelo he regresado a cumplir mi promesa. Al reencuentro con mi otra familia, aunque el abuelo y la abuela no están los llevo en mi corazón, como dice Mercedes, quiero cerrar el círculo.
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El día de la alegría: 32 años después

El día 17 de julio, fecha de la huida de Somoza y por lo tanto el día de la alegría, asistí a una misa celebrada en la Colonia 14 de Septiembre, una convivencia muy fraterna de las Comunidades Eclesiales de Base, un encuentro entre distintas generaciones. No me defino como una persona religiosa, ni practicante, pero la ceremonia me fue envolviendo en estas reflexiones.

Ahí se habló de aquellos días de dolor, de los caídos, ellos que hicieron posible la liberación, se recordó a las madres de héroes y mártires de la revolución… También se recordó la alegría de la liberación, no todo fue un revivir de esos días, sino revisar los compromisos en el presente y se citó la Conferencia de Medellín, cuando la Iglesia se refiere por primera vez a la necesidad de justicia para la población que vive en situación de pobreza, condición que es el resultado de la acumulación de riqueza de unos pocos y el compromiso de la iglesia de su opción preferencial por los pobres, es decir el compromiso de la iglesia de retomar el clamor de los pobres, por su liberación de la miseria en que se vive, referida a la opresión de los ricos, de los poderosos.
Al momento del ofertorio, se ofreció como símbolo una la luz, en una vela encendida y dos mujeres portaron como ofrendas dos retratos, de manera simbólica se ofrece en el primer retrato a Monseñor Romero, quien dio su vida en el año 1980 defendiendo a los pobres de El salvador y el segundo retrato para mi sorpresa era el de Georgino Andrade, puede ser que las nuevas generaciones no conozcan quién era Georgino Andrade, él fue la primera persona asesinada durante la Cruzada Nacional de Alfabetización por ex-guardias somocistas, por el hecho de ser el que atendía una comarca en la alfabetización, su muerte conmovió a la población y en especial a los alfabetizadores, eso ocurrió el domingo 18 de mayo de 1980, en la comunidad de Palo Grande, en Villanueva, su delito fue traer la luz del conocimiento a otros campesinos, pues él era un campesino.
Algunas veces cuando se hacen referencias a la Cruzada de Alfabetización se da la impresión que solo eran estudiantes y chavalos y chavalas, pero en la Cruzada se abrazó el campesino, enseñando a otros campesinos como el caso de Georgino Andrade que en ese tiempo tenía 28 años, también los obreros fueron a alfabetizar, ahí se dio la unión del obrero y el campesino, el maestro con el estudiante, alfabetizados con alfabetizadores, todos con una sola meta, salir de la ignorancia.
Esta actividad de conmemoración de aquellos días me recordó la generosidad y el compromiso con que se vivía en tiempos de la alfabetización, en aquellos días se tenía muy presente a los héroes y mártires, su ejemplo era un ejemplo para los brigadistas, no existía el culto a los vivos, como ahora, ni se estimulaba a los jóvenes a seguir a un líder, era la mística de los héroes y mártires lo que guiaba, era la idea que ellos habían dado su vida sin esperar nada... ellos que habían pagado con su sangre el precio de la libertad que teníamos... ellos que nos habían dado la posibilidad de caminar hacia una vida con justicia social.
Es alentador encontrar en estas comunidades, que preservan valores de solidaridad, que buscan la justicia social y que preservan la memoria histórica del tiempo en que cristianos y revolucionarios, dos sectores claramente definidos y diferentes, compartieron un mismo ideal de justicia, finalmente creyentes y no creyentes, caminando juntos con una misma esperanza, en ese tiempo nació la consigna: “Entre cristianismo y revolución no hay contradicción.


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